En un momento en el que la competencia entre canales y plataformas de televisión está alcanzando unos niveles hasta ahora desconocidos para nosotros (aunque, sin duda, no hemos visto más que el principio de lo que está por venir), decir que Movistar+ está haciendo una apuesta más que admirable no es noticia para nadie. Y lo está haciendo en un terreno que por ahora no es nada sencillo pero que sí puede darnos –en el futuro- grandes alegrías: las series de producción propia con identidad española. Es cierto que, dentro de la amplia oferta con la que contamos en la actualidad, la ficción estadounidense gana al resto por goleada, seguida de lejos por la de acento británico y, en menor medida, por la de otros países europeos. O, al menos, es la tendencia más evidente. Y, dentro de ese último grupo, España nunca ha jugado un papel especialmente importante… hasta ahora.
Está claro que no nos podemos olvidar de milagros como “Crematorio” o la más reciente “El Ministerio del Tiempo”, pero lo cierto es que, en términos de éxito comercial, la fórmula más eficiente ha sido la creada por Bambú producciones, que –meritoriamente- ha apostado por un género que funciona, si bien siempre parece ofrecer lo mismo: “Gran Hotel”, “Gran Reserva”, “Tiempos de Guerra”, “Seis Hermanas”, “Traición”… todas series con una prometedora idea de inicio que, sin embargo, a los pocos episodios vuelven a la comodidad de lo que conocen y nos dan la sensación de estar viendo lo mismo en bucle. Una apuesta inteligente, por supuesto (no en vano, consiguieron coronar a “Las Chicas del Cable” como la primera serie original de Netflix producida en España. Ahí es nada), pero que vuelve a lo mismo: una prometedora idea de partida que termina quedándose en la superficie de los líos amorosos de sus protagonistas y deja en un segundo plano a las ideas más interesantes.
En este sentido, los inicios de Movistar+ en este terreno no fueron muy diferentes: como bandera, “Velvet Colección”, una suerte de remake de la fórmula que –ya sabíamos- había triunfado en Antena 3 y que, de nuevo, venía de la mano de Bambú Producciones (llegados a este punto me gustaría subrayar que no tengo nada en contra de la productora, aunque así lo parezca). ¿Iba a traernos Movistar+ más de lo mismo? Pues eso parecía…
Y entonces llegaron ellas: en el terreno cómico, “Vergüenza”; en el dramático, “La Zona”. Con la primera, el riesgo fue real. Pocas veces habremos visto una serie con un humor más incómodo que esta y que, sin embargo, funcione tan bien como reflejo de nuestras propias miserias. Los nombres de Javier Gutiérrez y Malena Alterio, pese a ser un buen motivo de confianza, no reducían lo arriesgado de la apuesta de la cadena. No en vano, no convenció a todos: pero no se puede negar que por primera vez vimos que Movistar+ estaba dispuesta a hacer algo diferente. Y a algunos nos ganó.
Aunque en un género muy diferente, algo similar ocurrió con “La Zona”: precedida de una excelente campaña publicitaria –terreno baldío en nuestro país-, esta creación nos recordó que en España podemos hacer buenas series, y mantener la atención del espectador huyendo de lo prefabricado. ¿Su mayor pecado? Que tarda demasiado en arrancar y, para cuando muestra su verdadero potencial, muchos ya se han bajado del barco.
Hace unos días aterrizó “La Peste”, creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. Una vez más, acompañada de una fuerte campaña de promoción, nombres conocidos, y un gran apoyo presupuestario: 10 millones de euros, la cifra más elevada invertida en televisión en nuestro país hasta la fecha. Y este dinero se nota: la ambientación de la serie es inmejorable. Un vistazo a cualquiera de sus fotogramas hace que nos podamos sentir orgullosos, pues nada tiene que envidiar a otras series con las que nos llenamos la boca de halagos. “La Peste” no puede estar mejor hecha en cada uno de sus detalles, y –algo que a muchos aún les cuesta- se puede juzgar por sí misma, liberándola de la coletilla de “…para ser española…”.
No es perfecta, claro. La perfección no se alcanza a la primera. Y, si bien han sido numerosas las voces críticas que se han alzado contra ella (algunas por el supuesto plagio que se le atribuía por sus paralelismos con “La leyenda del ladrón” de Juan Gómez-Jurado y otras, las que más, por su uso del acento andaluz), lo cierto es que ha conquistado. El tema del acento andaluz da para muchas líneas, y no es mi intención extenderme sobre ello ahora, pero, como andaluza, me enorgullezco de que, por una vez, nuestro acento no se utilice únicamente como muestra de incultura y comicidad, sino como la realidad que es. Y en cuanto a la dificultad de su inteligibilidad… no dista de la que caracteriza a cualquier serie dramática española -acentos aparte-, algo que sin duda está por mejorar.
Por mi parte, son varias las pegas que se le pueden poner a “La Peste”: pese a ser un thriller, rara vez consigue poner al espectador en tensión como debería. No sé si es un defecto achacable al ritmo de la narración o a la manera en la que está hilada su trama. Además, en comparación con “El nombre de la Rosa” (de la que sin duda bebe, y cuya influencia se va acrecentando conforme avanzamos en los episodios), queda muy por detrás de ella. Pero, la verdad, no se puede asistir a su visionado sin sentir un pinchazo de orgullo al ver que, por fin, la ficción televisiva de nuestro país empieza a mostrar éxito en sus propuestas. Estamos superando el fenómeno de casos aislados, y empezamos a buscar regularidad. Vamos por buen camino…