A pesar de nuestra corta andadura, no es la primera vez en la que hablamos en Papel Celuloide de El Ministerio del Tiempo, la serie que lo está cambiando todo en el panorama televisivo de nuestro país –le pese a quien le pese-. Y, por supuesto, no será la última: a falta de confirmación oficial sobre la fecha de estreno de la tercera temporada (dicen las malas lenguas que el próximo lunes…), lo cierto es que estamos deseando tener de regreso a nuestros funcionarios favoritos. Y, mientras hacemos tiempo, ¿qué mejor que hacerlo de la mano del cómic oficial de la serie?
Mucho se ha hablado –merecidamente- de cómo cuida El Ministerio del Tiempo su estrategia transmedia. Y la última prueba de ello la tenemos en Tiempo al Tiempo, el cómic (denominación que figura en la propia obra, antes de que entremos en debates sobre nomenclaturas) que funciona como enlace entre la segunda y la tercera temporada.
Ya en su día hablamos aquí de El Tiempo es el que es, la novela que aglutinaba tres historias que por diversos motivos –principalmente económicos- no habían podido trasladarse a la pantalla. De hecho, prueba de ello es que una de las tres, precisamente, sí vaya a aparecer ahora en la tercera temporada, seguramente gracias a la inyección de Netflix. Aunque en su momento disfruté del libro, como ya comenté, tuve la impresión de que la novelización no terminaba de encajar con el formato de lo que se contaba, y cojeaba desde el punto de vista literario.
Sin embargo, en esta ocasión, estoy mucho más contenta con el resultado de Tiempo al Tiempo. Sin lugar a dudas, la naturaleza de esta serie encuentra en el cómic un formato en el que encaja como un guante, siendo mucho más visual –obviamente-, y mostrando mayor naturalidad en sus diálogos. Las intervenciones de la novela –que parecían más impostadas- se vuelven más vívidas en este nuevo tomo.
La historia narrada –de la que no voy a dar muchos detalles para evitar spoilers– comienza in media res con un atentado dentro del propio Ministerio. Ello desencadena una serie de hechos que llevarán a la patrulla a viajar a 1865 y 1977 para poder resolver el caso, al más puro estilo de los episodios que hemos visto en televisión.
Como suele ser habitual, estas incursiones en el pasado nos llevarán a conocer datos históricos relevantes de las épocas tratadas, y a cruzarnos con secundarios de lujo como el propio Benito Pérez Galdós, en una época previa a sus Episodios Nacionales (título que, sin querer, dejar caer el propio Alonso).
Pero, a pesar de ello, lo que más me ha gustado del cómic ha sido el hecho de que nos brinde la oportunidad de conocer con más profundidad aspectos que desconocíamos hasta el momento de algunos de nuestros personajes más queridos, especialmente en el caso de Salvador Martí, el subsecretario del Ministerio. No en vano, en cierto modo podemos decir que el cómic supone un homenaje hacia esta figura, lo que queda evidenciado en el epílogo, firmado por Jaime Blanch. Eso sí, tampoco deja de lado a figuras como Ernesto o Irene (cuya representación gráfica, por cierto, es excelente).
En este sentido, uno de los aspectos más reveladores a mi parecer ha sido la manera en la que se ha dado respuesta a un interrogante que se había planteado a menudo, especialmente en boca de Julián: el de por qué se fijaron en él –y en otras personas, aparentemente “sin méritos”- para formar parte de este Ministerio. Y la respuesta, aunque no sorprendente, no deja de ser dura: absolutamente todos ellos comparten la desgracia de no tener nada que perder porque su tiempo ha terminado…
Pero Tiempo al Tiempo no sólo brilla en lo referente al contenido. Su forma, más que cuidada, se convierte en una auténtica delicia para el lector: desde su portada interna -un homenaje a las Joyas Literarias Juveniles de los años 60- a su cuidadísimo dibujo –obra de Jaime Martínez y Sandra Molina-, que retrata perfectamente las expresiones de los personajes y realiza un tratamiento exquisito del color.
Además, el lector más atento descubrirá detalles que pueden pasar desapercibidos en una lectura superficial, como pueden ser apariciones de personajes en un segundo plano, o cameos como el del propio Javier Olivares –que ya apareció en el primer episodio de Realidad Virtual, y que aquí nos recuerda al más puro Hitchcock-.
En definitiva, una obra muy acertada cuya lectura recomiendo encarecidamente a todos los seguidores del Ministerio. Un cómic que ha llegado cuando más lo necesitábamos: justo a tiempo.
¡Honor y reputación!